La ciencia forense moderna considera la identificación de los granos de polen como uno de los procesos más exactos. La ‘exina’, membrana externa con forma y arquitectura determinada de cada planta, es identificable miles de años después de su existencia.
En el año 1970 el criminólogo Max Frei, fue el primero en hallar polen en la Sábana Santa. Estableció un mapa en la propia tela en el que identificaba cada muestra en su lugar correspondiente.
Sus primeros estudios confirmaron que la Sábana estuvo expuesta al aire libre de Francia e Italia. Además localizó una serie de pólenes que le eran desconocidos, entre los que posteriormente reconoció ‘linun mocrunatun’ y ‘romería híbrida’, pólenes de plantas provenientes de Estambul, del sudeste de Turquía, de Palestina y de Jerusalén. Además de una gran cantidad de ‘gundelia tournefortii’.
Tras nueve años de estudio, Max Frei identificó 59 especies diferentes de pólenes, determinando que 28 de las plantas que los producen tan solo existen en Oriente Medio.
En el año 2011 la investigadora italiana Marzia Boi, del laboratorio de Botánica del departamento de Biología de la Universidad de las Islas Baleares (España) continuó el estudio de las muestras de polen extraídas por Max Frei.
Boi detecta que los estudios de Frei sí fueron correctos en la extracción de muestras pero erróneos en su identificación como especie. De esta manera, el polen que Frei identificó como ‘gundelia tournefortii’ era en realidad ‘helycrysum’. Se trata de un tipo de polen denominado entomofilo, es decir, que no viaja por el aire porque es demasiado pesado, por lo que la única forma de que quedara en la Sábana es por contacto directo a través de sus flores.
En los enterramientos del siglo I se ungía el cadáver, se purificaba para que el cuerpo pasara limpio a la otra vida. De esta manera, quemaban resinas e inciensos para “purificar”, desinfectar el ambiente y los aceites eran aplicados en el cuerpo para impedir que se acercasen insectos. También se aplicaba en la boca, nariz, ano y demás orificios del cuerpo con el fin de que no expulsara sustancias y que corrompieran el sudario o mortaja.
Marzia Boi descubrió que de las flores de helycrysum se obtienen el aceite de Helichrysum, mezclado con láudano, terebinto, gálbano aromático o lentisco, que tenía más valor el propio oro y eran utilizados como ungüento para los enterramientos de hombres ricos o reyes en el siglo I.